“a common aloofness, differently manifested — a common melancholic sense of humour; each in his own way saw life sub specie aeternitatis.” (Evelyn Waugh)
Pues la mirada cristiana de la historia es una mirada de la historia sub specie aeternitatis, una interpretación del tiempo en términos de la Eternidad y de los eventos humanos a la luz de la Revelación divina. Y así la historia cristiana es inevitablemente apocalíptica, y el Apocalipsis es el sustituto cristiano de las filosofías seculares de la historia. (Christopher Dawson)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Recuerda, recuerda, el 5 de noviembre



La “Conspiración de la Pólvora” (the Gunpowder Plot) es en estos momentos casi una moda. La careta o máscara que en el folclore inglés representa a Guy Fawkes —principal protagonista de esta tragedia— es hoy una especie de representación del movimiento antisistema a nivel mundial, de las protestas de los indignados de Europa y de “Occupy Wall Street” en los Estados Unidos, de los hackers que firman como “Anonymous” cuando atacan webs de gobiernos y grandes corporaciones, y ya ha comenzado a aparecer en las manifestaciones de los “caceroleros” argentinos… Esta careta se ha convertido en algo así como la imagen del revolucionario postmoderno, una especie de personaje (con razón o sin ella) “contra mundum”.

¿Qué fue esta conspiración? ¿y cómo llegó a transformarse en esta imagen?

La segunda pregunta es más fácil de responder que la primera. Este hecho está vinculado a una película, “V for Vendetta” (“V de Venganza”), producida y escrita por los hermanos Wachowski (autores de ls saga distópica Matrix) y dirigida por el australiano James McTeigue (que había ayudado también en Matrix), sobre la base de una historieta o cómic del mismo nombre.

En este momento no entraremos en más detalles de esta película ni el porqué de su fama recién casi cinco años después de estrenada, sólo diremos, en esta ocasión, que se refiere a un intento de voladura del Parlamento británico —la única semejanza literal con la Conspiración de la Pólvora real—.

La Conspiración de la Pólvora histórica, la que tuvo lugar a comienzos del siglo XVII, está atada a la vida de Robert Catesby. Los Catesby eran una familia, con propiedades en Lapworth y Ashby St. Legers, que había permanecido fiel a la vieja Fe. Sin embargo, en su juventud, Robert había disfrutado de los beneficios de abrazar la causa de la Iglesia “oficial”, la anglicana.

Pero es que en 1598 fallece su padre y Robert Catesby sufre una conmoción emocional que lo devuelve al catolicismo romano. La persecución que en ese momento estaban sufriendo sus nuevos correligionarios, entre ellos algunos familiares, conmueven a Catesby. Lejos de tolerar este estado de situación lo vemos ya en febrero de 1601 involucrado en la conspiración del Conde de Essex. Tiempo después, urge a sus amigos a unírsele en esta causa contra el “régimen monstruoso” de la reina Isabel. Thomas Percy, Thomas Winter, John Wright y Lord Monteagle son los primeros complotados que Catesby logra convencer.

A principios de 1602, Winter aparece en España negociando con la Corte la sucesión de Isabel I. Al mismo tiempo en que vemos a Percy en Escocia, entrevistándose con el rey Jacobo VI, obteniendo del soberano presbiteriano la promesa de tolerancia para los católicos ingleses.

En marzo del año siguiente, Jacobo VI de Escocia es coronado es coronado en Londres como Rey de Inglaterra, heredero de su tía abuela segunda Isabel. Pero las promesas de Jacobo I no duraron mucho y para marzo de 1604 se hizo evidente que las cosas para los católicos estaban mucho peor que durante el reinado isabelino.

Fue en ese momento que Catesby comenzó a conspirar en serio con sus amigos. Winter fue enviado a los Países Bajos Españoles para solicitar ayuda y, también, conseguir “algunos caballeros de confianza”. Uno de éstos fue Guy Fawkes.

Fawkes había nacido en York, en el norte inglés, de padres anglicanos. Sin embargo, por su familia materna tenía vínculos con recusantes —un primo, Richard Cowling, fue sacerdote jesuita—.

A fines del siglo XVI, el norte de Inglaterra era un hervidero de católicos clandestinos (perseguidos por la justicia), recusantes (multados por no asistir a los servicios anglicanos), no-comunicantes (que asistían a los servicios pero no comulgaban) o, incluso, católicos “del corazón” (que aunque comulgaban mantenían ideas católicas y, cuando podían, volvían a asistir a misa con algún misionero católico clandestino). Sea por contacto con ellos, por su familia materna, por su padrastro, por algún profesor de su colegio, para cuando alcanzó la mayoría de edad, Fawkes era católico romano convencido.

En un comienzo estuvo al servicio de los Vizcondes Montagu, aunque duró poco. La familia Browne era mayoritariamente de recusantes; excepto los que ostentaban el título vizcondal —quizá, justamente, para mantenerlo—, aunque protegieron en sus tierras a numerosos arrendatarios católicos.

A fines de 1591, Fawkes vende la propiedad paterna de Clifton y viaja al Continente para ponerse al servicio de España. Combate contra los protestantes holandeses y contra Francia, sirviendo junto a Sir William Stanley.

En 1603 fue recomendado para el ascenso como capitán y aprovecha una licencia para visitar la Corte de Felipe III y solicitar ayuda para los católicos ingleses. De regreso a los Países Bajos, se cruza entonces con Winter, como decimos más arriba.

A principios de mayo de 1604, los conspiradores —Catesby, Thomas Percy, Thomas Winter y Fawkes— se reunieron en Londres y comenzaron a delinear su plan para minar el Parlamento, descabezando así el gobierno de Jacobo I.

A diferencia de la leyenda negra que se ciñó sobre ellos, no eran aventureros ni criminales, sino verdaderos caballeros. Pero también tenían los defectos de muchos de los caballeros de su tiempo —defectos algunos que les acarrearon el desprecio de los mismos católicos que decían defender—. Eran personas arriesgadas y de hábitos desordenados. Todos ellos eran duelistas (recordemos que el duelo estaba condenado por la Iglesia) y mujeriegos —llegando al extremo de que Percy fuese bígamo—.

Para la Navidad de ese año habían llegado ya a cavar una galería hasta la pared de la Cámara de los Lores. Pero, por más que lo intentaron, era demasiado gruesa y no pudieron atravesarla sin llamar la atención.

Fue así que idearon un plan distinto. El día de la Anunciación de 1605 alquilaron una bodega del edificio del Parlamento, en donde comenzaron a introducir explosivos. Y, a continuación, comenzaron a prepararse para el día después.

Todos estos planes requerían ingentes sumas de dinero que los complotados no tenían, y fue necesario admitir más miembros: Christopher Wright, Robert Keyes, Thomas Bates, Robert Winter, John Grant, Ambrose Rookwood, Sir Everard Digby y Francis Tresham. Además, comentaron sus planes con familiares, amigos y sacerdotes, pidiéndoles que tomasen precauciones para lo que iba a ocurrir.

Detalle del panfleto The Gunpowder Plot Conspirators de 1605
(National Portrait Gallery, Londres).
El clero inglés les negó apoyo y, además, advirtió a los fieles católicos que no podían colaborar en este complot. Hay varias teorías sobre cómo llegaron los planes a los ministros, en cualquier caso era ya vox pópuli y pronto el gobierno inglés conocía todos los detalles de la conspiración y decidió esperar hasta poder agarrar a todos los complotados con las manos en la masa.

El 4 de noviembre de 1605 capturaron a Fawkes mientras éste movía explosivos. Al día siguiente, el 5 de noviembre, intentaron arrestar al resto de los conspiradores cuando éstos se encontraban en el punto de reunión. Los que lograron escapar, huyeron hacia Gales.

La huida fue penosa. Los católicos que encontraban a su paso les negaron asilo. En Holbeche (Worcestershire) los complotados sufrieron un accidente con la pólvora que aún transportaban, y ya no pudieron continuar.

Se confesaron con el Padre Hammond, que casualmente pasaba por allí, y se prepararon para resistir. El 8 de ese mes por fin fueron atacados. En el breve combate murieron Catesby, Percy y dos de los Wright; el resto fueron capturados, algunos heridos de gravedad.

Tras días de interminables interrogatorios y torturas, en los que los ministros de Jacobo intentaban probar la existencia de una enorme red de católicos traidores, el 27 de enero del año siguiente fueron llevados a juicio.

El tribunal fue expeditivo y, el 31 de enero de 1606, los complotados sobrevivientes fueron ejecutados como traidores.

Pero todo no acabó allí. Sólo el haber sido pronunciado un nombre durante las torturas e interrogatorios, era, a su vez, sentencia segura. Miles de seglares y sacerdotes católicos ingleses, la mayoría completamente ajenos a la conspiración, fueron perseguidos en los meses siguientes y martirizados.

jueves, 25 de octubre de 2012

Historias de ‘recusantes’: La familia Throckmorton



En los “tiempos penales” del protestantismo inglés, se llamó recusantes (recusants) a aquéllos que se negaban a asistir a los servicios religiosos anglicanos. Si bien la denominación incluía originalmente también a los protestantes “no conformistas”, se convirtió eventualmente en equivalente a católico romano. Tras la emancipación de los católicos de 1829 y las migraciones del siglo XIX provenientes de Irlanda y Europa continental, por un lado, y las conversiones producidas a partir del Movimiento de Oxford, el término recusante va a utilizarse para referirse a los viejos católicos ingleses.

Los Throckmorton, a veces escrito como Throgmorton o abreviado simplemente como Morton, eran una de las principales familias “recusantes” del condado de Worcestershire, donde tuvieron la mayoría de sus propiedades. El nombre lo tomaron del lugar, en el territorio de la parroquia de Fladbury, que arrendaban al Obispo de Worcester, al menos desde el siglo XII.

En 1409, los Throckmorton llegaron por primera vez a la localidad de Coughton (que se pronuncia cout-’n) y que se convertiría en sinónimo de la familia, a través del casamiento de Sir Robert Throckmorton con la heredera de Coughton Court [foto]. Sir Robert era militar y había combatido al lado del rey Enrique VII de Inglaterra, el primero de los Tudor. Años después fijaría la sede de su familia en Coughton Court, antes de partir en peregrinación a Tierra Santa.

Sir Robert murió en el camino, en Italia, y fue heredado por su hijo: Sir George Throckmorton. El hermano menor de Sir Robert, William Throckmorton quedó momentáneamente con la administración de las propiedades familiares. William era doctor en Leyes y funcionario del ambicioso Cardenal Wolsey, canciller de sucesivamente de Enrique VII y, el hijo de éste, Enrique VIII.

Sir George Throckmorton (†1552) sirvió como abogado en el Middle Temple de Londres y, luego, sucedió a su tío como ayudante de Wolsey. Aunque sólo estuvo en la cancillería, le alcanzó para conocer a Sir Thomas More (Santo Tomás Moro), convirtiéndose en su amigo. Como éste, Sir George se opuso al rey Enrique cuando éste rompió con Roma. En un rapto de bondad, Enrique VIII le permitió retirarse “en silencio” a su propiedad de Coughton Court. Allí vivió por el resto de su vida, y alojó a las monjas que habían sido expulsadas de la abadía de Denny. Sir George tuvo 19 hijos y 112 nietos, todos ellos fieles católicos, excepto dos hijos: Clement y Sir Nicholas.

El hijo mayor y heredero principal fue Sir Robert Throckmorton (†1581). Como su padre, fue abogado en Londres y, posteriormente, funcionario real. Electo parlamentario en representación de Warwickshire y Northamptonshire, no abjuró de su catolicismo y esto le valió durísimas multas por “recusancia”.

Hermano de Sir Robert era Clement Throckmorton (†1573). Éste también fue electo parlamentario por Warwickshire, descollando como entusiasta anglicano. Adquirió una propiedad en Haseley, también en Warwickshire, y allí fundó con otros la Muscovy Company —la “Compañía Moscovita” para comerciar con el Imperio Ruso—. Hacia el final de su vida, el entusiasmo religioso de Clement fue derivando hacia las formas calvinistas que, eventualmente, serían el puritanismo.

Otro hermano de Sir Robert y de Clement fue Sir Nicholas Throckmorton (†1571), no siguió a su padre y decidió quedarse en la corte de Enrique VIII. Fue parlamentario también; era un protestante convencido y fue muy estimado por la reina Isabel I que lo envió como su embajador ante la corte del Rey de Francia. Desde allí conectó con la red de protestantes europeos que extendía sus tentáculos hasta Roma, Madrid y Viena. Así pudo denunciar varias conspiraciones contra la Reina. Los maquiavélicos secretarios isabelinos, Walsingham y Cecil, lo respetaban o temían —según las fuentes—. En cualquier caso, murió envenenado. En recuerdo suyo, existe en Londres la Throgmorton Street.

Otros hermanos de Sir Robert, Clement y Sir Nicholas fueron Sir Richard Throckmorton—del que se registran numerosas multas por recusancia—y Sir John Throckmorton (1524-80), que fue abogado en el Inner Temple de Londres y, posteriormente, parlamentario, gobernador de Warwickshire, fiscal y juez de paz, hasta que por su catolicismo obstinado sería despojado de sus cargos y títulos.

Hijo de Clement fue Job Throckmorton (1545-1601) que, educado en el Queen’s College de Oxford, fue puritano como su padre y (muy probable) autor de algunos de los panfletos contrarios a la Iglesia anglicana establecida escritos bajo el seudónimo de Marprelate (1588-89).

Primo de Job e hijo de Sir John fue Sir Francis Throckmorton (1554-84). Asistió a Oxford a pesar de su catolicismo y fue, luego, abogado en el Inner Temple como su padre. En 1583 se vio envuelto en la conspiración que lleva su nombre, la “Throckmorton Plot”, para colocar a María Estuardo, católica reina de los Escoceses, en el trono de Inglaterra. El descubrimiento de este complot le valió ser apresado, torturado, enjuiciado por traición y, finalmente, ejecutado.

Otro miembro de la familia, Thomas Throckmorton, se vio implicado en la famosa Conspiración de la Pólvora, y sólo salvó su vida por encontrarse en el exterior en esos momentos. Pero ya hablaremos de la “Gunpowder Plot” en otro momento.

Otro Sir Robert Throckmorton (1599-1650), nieto de su homónimo, fue creado primer Baronet de Coughton en el condado de Warwick en 1642 por el apoyo prestado al Rey contra el Parlamento. [Foto.] Durante la Guerra Civil, Coughton Court fue bombardeada por la artillería parlamentarista. Y, en 1689, una turba —que buscaba al rey Jacobo II— destruyó el ala Este de dicha mansión.

En el siglo XVIII, siendo católicos recusantes y jacobitas, los Throckmorton se retiraron a vivir del campo. Por aquel tiempo heredaron Buckland en Berkshire, propiedad de otra familia recusante, los Yates.

En 1792, el 6º Baronet agregó al apellido el de su madre, Courtenay, lo que le permitió heredar las propiedades de esta antigua familia de origen normando en Molland (Devonshire).

Sir Robert Throckmorton (1800-62) fue uno de los primeros católicos que obtuvo un escaño en el Parlamento en las elecciones de 1831, vigente ya la Ley de Emancipación de los Católicos de 1829. Fue parlamentario en representación de Berkshire y, en 1840, al morir su padre, se convirtió en el 8º Baronet Throckmorton de Coughton.

En 1916, durante la Primera Guerra Mundial, el 11º Baronet murió en acción en la Mesopotamia. Con él se extinguió esta célebre familia recusante.

Coughton Court pasó a los McLaren, luego McLaren-Throckmorton, quienes aún sostienen el festival literario anual que tiene lugar en la vieja mansión recusante con sus pozos para ocultar sacerdotes y su simbolismo católico secreto.

El blasón familiar era
Gules, on a chevron Argent three bars gemelles Sable”, con dos lemas “virtus sola nobilitas” y “moribus antiquis”.



jueves, 20 de septiembre de 2012

Una figura de leyenda


"Sir Adrian Carton de Wiart"
obra de Sir William Orpen (†1931)
Actualmente en la National Portrait Gallery

El Teniente General Sir Adrian Carton de Wiart fue un oficial británico, descendiente de belgas e irlandeses, que combatió en la Guerra Anglo-Boer, la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial. Fue herido en la cara, la cabeza, el estómago, un tobillo, una pierna, la cadera y un oído; sobrevivió a la caída de un avión, escapó de un campo de prisioneros a través de un túnel y se arrancó de una mordida sus propios dedos cuando un doctor se negó a amputárselos. Posteriormente dijo, “francamente disfruté la guerra”. Al regreso de la Segunda Guerra Mundial, fue enviado a China como representante personal de Winston Churchill. En el camino, asistió a la Conferencia de El Cairo. El Oxford Dictionary of National Biography lo describía así: “con su parche negro en el ojo y una manga vacía, Carton de Wiart parecía un pirata elegante, y se convirtió en figura de leyenda”.

De Wiart nació en el seno de una familia aristocrática en Bruselas, el 5 de mayo de 1880, siendo el hijo mayor de Leon Constant Ghislain Carton de Wiart (1854-1915). Sus contemporáneos rumoreaban que él era el hijo ilegítimo del Rey de los Belgas, Leopoldo II. Pasó su infancia en Bélgica y en Inglaterra. La muerte de su madre irlandesa cuando tenía 6 años alentó a su padre a mudarse con su familia a El Cairo, donde éste tenía la posibilidad de ejercer el Derecho Internacional. Su padre, fue allí magistrado de la corte, con buenas conexiones en los círculos gubernamentales egipcios, y director de los Ferrocarriles Eléctricos de El Cairo. Aquí fue que De Wiart aprendió a hablar el árabe.

En 1891, su madrastra inglesa lo envió a una escuela católica en Inglaterra como pupilo, la Escuela del Oratorio fundada por el cardenal John Henry Newman. Tras graduarse, pasó al Balliol College de Oxford, pero pronto lo abandonó para unirse al Ejército Británico en la Guerra Anglo-Boer en 1899. Para ello mintió en el nombre y la edad. En África del Sur, resultó herido en el estómago y en la ingle, siendo devuelto a casa como inválido. Luego de un breve tiempo en Oxford por segunda vez, donde conoció e hizo amistad con Aubrey Herbert, recibió una comisión en el 2º de Caballería Ligera Imperial. Nuevamente luchó en Sudáfrica y en 1901 recibió una comisión regular en el 4º de los Dragones de la Guardia. De Wiart fue transferido a la India en 1902. Disfrutaba de los deportes, especialmente del tiro y el lanceo.

Las serias heridas que De Wiart recibió en la Guerra Anglo-Boer lo impulsaron a desear una buena aptitud física, corriendo, trotando, caminando y jugando deportes regularmente. Para sus amigos, era “un personaje delicioso que debería tener el récord mundial de malas palabras”. De Wiart estaba muy bien conectado en los círculos europeos, sus primos más cercanos eran el conde Henri Carton de Wiart, primer ministro de Bélgica (1920-21), y el barón Edmond Carton de Wiart, secretario político del Rey belga y director de la Société Générale de Belgique. Pidió la baja y se dedicó a recorrer Europa Central, gracias a sus conexiones con la nobleza católica, cazando en propiedades aristocráticas de Bohemia, Austria, Hungría y Baviera. En 1908 desposó a la condesa Friederike Maria Karoline Henriette Rosa Sabina Franziska Fugger von Babenhausen (*Klagenfurt 1887-1949 Viena), hija mayor de Karl Ludwig, 1º Príncipe Fugger von Babenhausen, y su esposa, la princesa Eleonora, residentes en Klagenfurt (Austria).

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, De Wiart se encontraba de viaje hacia la Somalilandia Británica donde tenía lugar un conflicto armado contra los seguidores de Mohammed bin Abdullah, llamado “el Mulá Loco” (Mad Mullah) por los británicos. Había sido asignado al Cuerpo de Camellos de Somalilandia. Uno de los oficiales del estado mayor de aquel cuerpo era Hastings Ismay, posteriormente Lord Ismay, asesor militar de Churchill. Durante un ataque contra un fuerte enemigo en Shimber Berris, De Wiart recibió un tiro en la cara y, consecuentemente, de ahí en más usó un parche negro sobre su ojo izquierdo.

En febrero de 1915, embarcó en un vapor hacia Francia. De Wiart tomó parte en la lucha del Frente Occidental, comandando sucesivamente tres batallones de infantería y una brigada. Resultó herido siete veces más en la guerra, perdiendo su mano izquierda en 1815 y arrancando sus dedos cuando un doctor se rehusó a amputárselos. En la batalla del Somme, recibió un tiro en la cabeza y otro en el tobillo. En Passchendaele, uno en la cadera. En Cambrai, uno le atravesó una pierna. Y en Arras, otro tiro le dio en el oído. Para recobrarse de sus heridas, fue conducido al Sanatorio de Sir Douglas Shield.

Por su actuación en la Gran Guerra, De Wiart recibió la Cruz Victoria (VC), la más alta condecoración al valor en combate que puede recibir un miembro de las fuerzas armadas del Imperio Británico. Tenía 36 años y era teniente coronel del 4º de Dragones de la Guardia (Irlandeses Reales), del Ejército Británico, asignado al Regimiento de Gloucestershire, al mando del 8º batallón, cuando tuvieron lugar los siguientes eventos el 2 y el 3 de julio de 1916, en La Boiselle (Francia):

“Por valentía, sangre fría y determinación sobresalientes durante difíciles operaciones militares de naturaleza continua. Fue gracias en gran medida a su valor sin límite y ejemplo inspirador que se logró detener un serio revés en el frente. Desplegó la mayor energía y coraje forzando nuestro contraataque. Luego de que otros tres comandantes de batallón cayeran, unificó sus mandos y se aseguró de que el terreno ganado fuese mantenido a toda costa. Se expuso frecuentemente durante la organización de las posiciones y los pertrechos, bajo fuego intensísimo de ametralladora. Su valor inspiró a todos.”

A pesar de todas las heridas que había sufrido en esta guerra, De Wiart dijo al final: “Francamente, disfruté la guerra.”

Al final de la guerra, fue enviado a la II República Polaca como segundo al mando de la Misión Militar Británica, dirigida por el general Louis Botha, al que, tras un breve período, reemplazó. Desesperadamente Polonia necesitaba de apoyos dado que se encontraba en guerra con la Rusia bolchevique, los ucranianos, los lituanos y los checoslovacos.  Se hizo amigo cercano del líder polaco, el mariscal Piłsudski. Después de un breve período de cautiverio en una celda lituana producto de la caída del avión en el que viajaba, regresó a Inglaterra para reportar directamente al entonces Secretario de Estado de la Guerra, Winston Churchill. A éste le transmitió la predicción de Piłsudski sobre el fracaso de la ofensiva del general ruso blanco Anton Denikin sobre Moscú. Cosa que sucedió poco después. Churchill era más comprensivo con las necesidades polacas que Lloyd George, y, a pesar de las objeciones de éste, logró enviar algo de material de apoyo a Polonia. De Wiart estaba allí en agosto de 1920, cuando el Ejército Rojo estuvo a las puertas de Varsovia. Viajando en un tren como observador, salió a dar una vuelta cuando fue sorprendido por un grupo de la caballería roja, a los que combatió con su revolver, mientras regresaba corriendo al ferrocarril, cayendo en las vías y volviendo a subir.

En julio de 1939, fue reincorporado y nombrado en su antiguo trabajo, como jefe de la Misión Militar Británica en Polonia. Ésta fue atacada por la Alemania nazi el 1º de septiembre y el 17 del mismo mes, los soviéticos, aliados con los alemanes, atacaron a los polacos desde el Este. A medida que la resistencia polaca se debilitaba, De Wiart evacuó su Misión desde Varsovia, junto con el gobierno de Polonia. Pegado al comandante polaco Rydz-Śmigły, De Wiart se abrió camino con el resto de la Misión Británica hasta la frontera rumana, con los alemanes y los soviéticos pisándoles los pies. El convoy de automóviles fue bombardeado por la Luftwaffe en el camino y la esposa de uno de sus asesores murió. En Rumania estuvo a punto de ser arrestado y escapó el 21 de septiembre en avión con un pasaporte falso, justo en el momento en que era asesinado el primer ministro rumano, Armand Calinescu, de conocidas inclinaciones pro aliadas.

Luego de un breve comando de la 61ª División en las Midlands de Inglaterra, De Wiart fue convocado en abril de 1940 para tomar el mando de una fuerza anglo-francesa, rejuntada con demasiada prisa, que ocuparía un pequeño pueblo del centro de Noruega, Namsos. Sus órdenes eran las de tomar la ciudad de Trondheim, a pocos kilómetros al sur, en combinación con un ataque naval, y avanzar hacia el sur junto a tropas que desembarcarían en Åndalsnes. Voló a Namsos para observar el terreno donde aterrizarían sus tropas. Cuando su hidroavión Sunderland estaba por aterrizar, fue atacado por un caza alemán y su asistente resultó gravemente herido y tuvo que ser evacuado.

Luego de que las tropas alpinas francesas aterrizaran (sin sus mulas de carga ni las trabas de sus esquís), la Luftwaffe bombardeó y arrasó el pueblo de Namsos. Los británicos aterrizaron sin transporte, ni esquís ni artillería. No había tampoco cobertura aérea. Los franceses se quedaron atorados en Namsos por el resto de la corta campaña de Noruega. A pesar de estos reveses, De Wiart se las arregló para mover sus fuerzas a través de las montañas y caer sobre el fiordo de Trondheim, desde donde fueron bombardeados por los buques alemanes. No tenían artillería para desafiar a los destructores enemigos. Pronto se hizo evidente que toda la campaña noruega se había convertido en una farsa. El ataque naval sobre Trondheim, que era la razón para el aterrizaje de Namsos, nunca tuvo lugar y sus tropas quedaron expuestas sin artillería, ni transporte, ni cobertura aérea, ni esquís, solos, en medio de la nieve, y a pie. Enfrente tenían a tropas alemanas alpinas, montadas en esquís, y con cobertura de ametralladoras y bombarderos desde el aire, mientras la Armada Alemana desembarcaba tropas en su retaguardia. De Wiart recomendó retroceder, pero se le ordenó que mantuviera su posición por razones políticas; cosa que hizo.

Recibió órdenes y contraórdenes de Londres hasta que se decidió retirar a los sobrevivientes. Sin embargo, en la fecha marcada para evacuar a las tropas, los buques aliados nunca aparecieron. La noche siguiente arribó finalmente una fuerza naval, conducida a través de la espesa niebla por Lord Louis Mountbatten. Los transportes lograron sacar a toda la fuerza anglo-francesa, a pesar de ser bombardeados duramente durante toda la salida, y el hundimiento de un destructor francés y de uno británico, el HMS “Afridi”. De Wiart y sus hombres arribaron a la base naval de Scapa Flow en las islas Orcadas del Norte el 5 de mayo de 1940.

Fue repuesto como jefe de la 61º División, pronto transferida a Irlanda del Norte como defensa ante una posible invasión. De Wiart elevó la eficiencia de la 61º a elevados estándares. Sin embargo, tras el arribo del teniente general Sir Henry Royds Pownall, recientemente nombrado comandante en jefe de Irlanda del Norte, se le dijo a nuestro biografiado que ya era demasiado viejo para comandar una división en servicio. Pero estuvo inactivo por muy poco tiempo, siendo nombrado jefe de la Misión Militar Británica en Yugoslavia el 5 de abril de 1941. Hitler estaba preparándose para invadir aquel país y los yugoslavos habían solicitado ayuda a Gran Bretaña. De Wiart viajó a Belgrado en un bombardero Wellington. Tras cargar combustible en la isla de Malta, el avión partió hacia El Cairo, en medio de amenazas aéreas desde el Norte y el Sur. Cerca de la costa de Libia, entonces controlada por Italia, ambos motores del Wellington fallaron, y el bombardero cayó en el mar, a una milla de la costa. Se golpeó y quedó inconciente, pero el agua fría lo despertó. Cuando el avión se partió y comenzó a hundirse, él, con los demás, se vio forzado a nadar cerca de una milla, siendo capturados por las autoridades italianas.

De Wiart era un prisionero de alto nivel. Tras cuatro meses como huésped en Villa Orsini, Sulmona, fue transferido a una prisión especial para oficiales superiores en el Castello di Vincigliata. Allí conoció a un buen número de oficiales superiores que habían sido tomados prisioneros durante la exitosa campaña de Rommel en el Norte de África a comienzos de 1941. Hizo buenos amigos: el general Sir Richard O’Connor, Thomas Daniel Knox, el 6º Conde de Ranfurly y el teniente general Philip Neame V.C. Con los cuatro se comprometió a escapar. De Wiart hizo cinco intentos, hasta que tras siete meses de cavar un túnel, lo logró. Evadió la captura disfrazado de campesino italiano, caminando sin parar durante 8 días por el norte de Italia, sorprendentemente sin hablar una sola palabra del idioma, con 61 años de edad, su parche en el ojo, su manga vacía y con vendajes sobre sus múltiples heridas, hasta que finalmente cayó preso nuevamente. Irónicamente, debido a ser catalogado como discapacitado, había sido aprobado por el gobierno italiano para ser repatriado a cambio de una simple promesa de no volver a combatir en la guerra —lo que probablemente hubiese rechazado si la notificación llegaba a tiempo.

En cartas a su esposa Hermione, el Conde de Ranfurly describió a De Wiart en cautiverio como “… un personaje delicioso” y, agragaba, “… debe tener el récord de malas palabras”. Ranfurly se veía “… infinitamente entretenido por él. Es realmente una buena persona, soberbiamente abierto.”

Entonces, sorprendentemente, De Wiart fue sacado repentinamente de prisión en agosto de 1943 y conducido a Roma. Italia estaba tratando de salirse de la guerra pero las negociaciones secretas iban demasiado despacio. Debía acompañar a un negociador italiano, el general Giacomo Zanussi, a Lisboa para encontrarse con los negociadores aliados que facilitarían la rendición. Pero, para mantener las apariencias, se le pidió a De Wiart que vistiese de civil. Éste, desconfiando de los sastres italianos, exigió ropa que estuviese bien hecha. No iba a usar, dijo, un “traje de un maldito gigoló”. En Happy Odyssey, describió el traje resultante como el mejor que jamás tuvo en toda su vida. Cuando llegaron a Lisboa, fue relevado y regresó a Inglaterra, donde arribó el 28 de agosto de 1943.

Al mes de su vuelta a Inglaterra, De Wiart fue convocado a la residencia campestre del Primer Ministro en Chequers. Allí, Churchill le informó de que sería enviado a China como su representante personal. Salió por vía aérea hacia la India el 18 de octubre de 1943. Llegó al cuartel general del Gobierno Nacionalista Chino en Chungking (Chongqing), a principios de diciembre. Durante los siguientes tres años, se vería envuelto en la realización de informes, la asistencia a reuniones diplomáticas y en tareas administrativas en aquella capital remota de tiempos de guerra. Trabajó junto a Chiang kai-Shek y, cuando finalmente se retiró del Ejército Británico, De Wiart recibió un generoso ofrecimiento de Chiang. Regularmente volaba a la India donde enlazaba con los oficiales británicos. Su viejo amigo, Richard O’Connor, había escapado de la prisión italiana y era ahora comandante de las tropas británicas de la India Oriental. El gobernador de Bengala, el australiano Richard Casey, se hizo buen amigo suyo, siendo que su esposa había atendido como enfermera a De Wiart en la Primera Guerra Mundial.

Muchos de sus informes tenían que ver con el creciente poder de los comunistas chinos. El historiador Max Hastings dice que “De Wiart despreciaba a los comunistas al comienzo, llamando a Mao ‘un fanático’, y agregando: ‘no puede creer que lo diga en serio’. Decía al gabinete británico que no existía alternativa posible fuera de Chiang al mando de China.” Conoció personalmente a Mao Zedong en una comida y tuvo una discusión memorable con él, al interrumpir su discurso propagandístico para criticarlo por rehusarse a combatir a los japoneses por razones domésticas. Mao se sorprendió mucho… y luego se echó a reír.

Luego de que los japoneses se rindieron en agosto de 1945, De Wiart voló a Singapur para participar de la rendición formal. Tras visitar Peking, se mudó a Nanking, la nueva capital nacionalista liberada, junto a Julian Amery, el nuevo representante personal del Primer Ministro británico ante Chiang Kai Shek.

En camino a casa, vía la Indochina Francesa, paró en Rangún como invitado del comandante del Ejército. Al bajar las escaleras, tropezó con una estera de coco, cayó al piso, rompiendo su columna y varias vértebras, y quedando inconciente. Eventualmente regresó a Inglaterra para ser internado en un hospital donde lentamente se recuperó. Los doctores lograron extraerle una buena cantidad de metralla de sus antiguas heridas. Cuando pudo, viajó a Bélgica a visitar a sus parientes.

Sir Adrian murió recién el 5 de junio de 1963 a los 83 años de edad.

Además de la Cruz Victoria, era caballero comendador de la Orden del Imperio Británico (KBE), compañero de la Orden del Baño (CB), compañero de la Orden de San Miguel y San Jorge (CMG) y lucía la Orden de Servicios Distinguidos (DSO).

En sus memorias escribió como Don Quijote: “Los gobiernos pueden pensar y decir lo que les plazca, pero la fuerza no puede ser eliminada, y es el único poder real e irresponsable. Se nos dice que la pluma es más fuerte que la espada, pero sé muy bien cuál de esas armas yo elegiría.”


miércoles, 12 de septiembre de 2012

"Revolution": Una buena introducción al tema


jueves, 20 de agosto de 2009


El proceso revolucionario inglés: La revolución desconocida

En general cuando se habla de revolución (con o sin mayúsculas y adjetivos toponímicos) tendemos enseguida a poner los ojos en la Francia de 1789. Pareciera que la francesa fue la primera y, luego, el modelo y paradigma de las siguientes.
Siendo que Inglaterra fue el único país de Europa que, aparentemente, fue inmune a la prédica revolucionaria e, inclusive, produjo críticas mordaces como la de Burke, se tiende a considerar esta nación como una especie de bastión del pensamiento “de derecha”. Sin embargo, se olvida que, tan sólo 50 años antes, los ingleses (y demás británicos) sufrían también los embates de otra revolución que cambiaría para siempre su faz cultural, social y política.
En el presente trabajo buscaremos desentrañar y exponer detalladamente lo que fue el proceso revolucionario en la Inglaterra renacentista y moderna. Hablamos del proceso revolucionario inglés y no de la “revolución inglesa”, en primer lugar, pues con este nombre suele denominarse en los libros de historia a los sucesos acaecidos en 1648 (reservándose el de “Segunda Revolución” a los de 1688). Pero además, porque es objetivo de este pequeño ensayo demostrar que los hechos de esos años fueron el resultado lógico de otros que tuvieron lugar desde un siglo antes y que eventualmente culminarán con la derrota definitiva de la rebelión jacobita de 1745.
La sociedad (y, aún, la política) británica conserva como un tesoro una serie de tradiciones y costumbres que suelen entusiasmar a quienes vivimos en sociedades que han sufrido de alguna manera los embates directos de la Revolución Francesa. Incluso la obra de autores liberales británicos nos puede parecer hasta cierto punto aceptable por estar aparentemente libre del espíritu ilustrado que castigó la Europa continental en el siglo XVIII y se expandió junto a los ejércitos napoleónicos por todo el territorio y más allá en el siglo siguiente. Pero ni las apelaciones a un orden natural de carácter racionalista nos deben confundir con la doctrina tomista de la ley natural, ni las costumbres que recuerdan hitos protestantes y radicalmente anti-católicos con las tradiciones medievales de la Inglaterra cuando aún era parte de la Cristiandad. Así tampoco el lejano deísmo de sus principales autores y el Gran Arquitecto de su masonería tienen que ver con el Dios personal, paternal y providente del Evangelio.
Esto lo vieron claramente los dos pensadores católicos ingleses quizás más profundos y sagaces del siglo XX: Gilbert Keith Chesterton y Hilaire Belloc [1]. Pero a veces, quizás por desconocer la historia del proceso revolucionario británico, no llegamos a entender del todo sus condenas al panorama político y cultural británico —desde los imperialistas hasta los fabianos— y sus llamados a la restauración de la verdadera Inglaterra, la verdadera Escocia y la verdadera Irlanda cuya alma tradicional (y culturalmente católica) aún pervivía en algún pub de la campiña inglesa, en la cima de alguna colina de las Tierras Altas escocesas y en las sesiones de los trovadores irlandeses.
Si este pequeño ensayo histórico (desde una perspectiva que pretende ser católica y tradicional) permite que comprendamos mejor a estos dos autores, habré cumplido ampliamente mi objetivo.
La Reforma inglesa toma características completamente diversas a las de la Reforma luterana y calvinista en el Continente. Éstas fueron rebeldías teológicas más o menos diversas que tuvieron un primer arraigo en territorios que hacía relativamente poco habían sido incorporados a la Cristiandad. Como sostiene Belloc [2], sin el apoyo oficial inglés, estas rebeliones hubiesen terminado languideciendo por inanición o pereciendo a manos de las espadas de una Cruzada, como ocurrió en los siglos anteriores con los albigenses y los husitas, y ocurrirá simultáneamente con algunas sectas fanáticas refugiadas en las aldeas alpinas.
La Reforma inglesa comenzó como muchas otras rebeliones hacia la autoridad papal en la Edad Media. Frecuentemente se ha magnificado, creo que injustamente, el papel de Enrique VIII. Más allá del martirio de personalidades notorias como el ex canciller Tomás Moro o el obispo Juan Fisher, el rey Enrique intentó siempre contener su cisma dentro de la ortodoxia, posiblemente con la idea de una futura aceptación por parte de Roma de los hechos consumados. Así se explica la feroz persecución que dio a luteranos y calvinistas en sus territorios, al mismo tiempo que gustaba de mostrar el título de “Defensor de la Fe” que los Papas le habían concedido. Comparando con monarcas medievales como Federico II o Felipe el Hermoso, Enrique VIII no fue muy distinto.
Podemos decir que entre 1534 (año de proclamación del Acta de Supremacía) y 1547 (año de la muerte del rey Enrique) Inglaterra vivió en una especie de catolicismo cismático. Pero es a partir del advenimiento del débil Eduardo VI y el predominio de sus ministros calvinistas (1547-53), cuando Inglaterra comienza a separarse efectivamente de la Cristiandad. Los años siguientes serán de guerra civil: el brevísimo reinado de Juana Grey y el intento de restauración de María I (1553), y, finalmente, la indecisión de Isabel I (1558).
Pero es con la excomunión solemne de Isabel y el establecimiento de la supremacía de la Iglesia de Inglaterra en 1562 cuando Inglaterra levanta definitivamente la bandera de la rebeldía y hunde su espada en el corazón de la Cristiandad, abriendo una profunda herida que irá corroyendo Europa y el mundo hasta la actualidad. Ciertamente, el antropocentrismo renacentista, las Guerras de Italia, el bodinismo y el maquiavelismo, el protestantismo continental, el nacionalismo francés y el alemán, y un largo etcétera harán lo suyo por destrozar el orden europeo medieval; pero el apoyo inglés fue siempre decisivo.
Conductas impensadas en la Edad Media, como el pacto con herejes e infieles, serán en la Edad Moderna moneda común. Aún en los países que permanecieron católicos, el espíritu de la Reforma se impuso a la larga, ya sea en sus relaciones con el poder político (galicanismo en Francia, josefinismo en Austria, regalismo en España), ya en la moral y las costumbres (jansenismo, quietismo, mundanización del clero). Así, cuando la Ilustración dieciochesca —las “novedades francesas”, derivadas antes de las “novedades inglesas”— haga su trabajo de zapa [3], sobrevendrá la siguiente etapa de la Revolución: la llamada francesa, comenzada en París (1789) y llevada al resto de Europa y el mundo de la mano de las bayonetas napoleónicas y su Código Civil a lo largo del siglo XIX.
Pero volvamos a las Islas Británicas. A sólo seis años del establecimiento oficial del Anglicanismo, en 1568, Isabel pacta con los rebeldes presbiterianos que se han hecho con el poder en Escocia tras el destronamiento de la reina María Estuardo. La célebre “Reina de los Escoceses”, privada de su hijo (el futuro rey Jaime), es expulsada más allá de la frontera y recibida por su prima Isabel que la aloja en una celda por el resto de su vida (mandándola ejecutar en 1587, tras casi veinte años de cautiverio).
El caso es que, en su largo reinado, Isabel impuso el “régimen monstruoso” de que habla Christopher Hollis en el libro del mismo nombre. La enumeración es larga, pero conviene hacerla rápidamente.
A la terrible represión del norte de Irlanda tras el levantamiento de 1579-1601, sigue la concesión de las tierras confiscadas a compañías privadas que “importarán” colonos protestantes y darán origen así a la “cuestión de Irlanda” [4] que perdura hasta nuestros días. Dos años después tiene lugar la primera persecución masiva de católicos en Inglaterra, que dejaría cientos de mártires; persecución que se reanudará varias veces, destacándose la muy terrible de 1588 que seguirá a la destrucción de la Armada Invencible española.
En el exterior, Isabel tolera, en cierta forma contribuye y se beneficia, de la piratería, de alguna forma origen del capitalismo anónimo moderno (en 1599 se crea la Compañía de las Indias Orientales, primera sociedad comercial moderna).
Pero, lo más importante, contribuye decisivamente al sostenimiento del protestantismo continental. Cuando la “Reina Virgen” fallece en 1603, la Revolución protestante está ya encaminada, reforzada y blindada en todo el continente.
Jaime I de Inglaterra continuará por la senda de su tía con una inmisericordia legendaria. El sobrino segundo de Isabel, ya rey de Escocia como Jaime VI, criado por los presbiterianos que lo habían quitado de manos de su madre mártir siendo un niño, fue tal vez el primer déspota moderno, impulsor de la revolucionaria idea del “derecho divino de los reyes” —a la que intentará enfrentarse en el terreno intelectual el jesuita español Francisco Suárez—. Al mismo tiempo, el rey Jaime dejó en las manos de sus ministros más fanáticos la terrible represión del catolicismo.
Al advenir Carlos I (1625), hijo del anterior, el poder del rey parece estar más seguro que nunca. Pero el despotismo del padre costará la cabeza del hijo. La Inglaterra que doscientos años antes era devastada por las luchas entre distintas ramas de la familia real estaba ahora consolidada y, además, ejerciendo su soberanía sobre todas las Islas Británicas y colonias de ultramar. Y, lo que es más importante, el rey británico era una especie de protector natural de los protestantes de todo el mundo —como demostró en 1627 dando su apoyo a los hugonotes franceses de la Rochela—.
El Calvinismo en ropajes católicos que es el Anglicanismo no podía sostenerse por mucho tiempo unificado. La semilla de la rebelión había fructificado y los “partidos” se multiplicaban, enfrentándose entre sí, incluso con violencia. Por su parte, la burguesía enriquecida primero con la rapiña de los bienes “papistas” y la piratería a costa de las potencias católicas pretendía su porción del poder político. ¿No era la riqueza signo evidente de predilección divina según una peculiar interpretación de Calvino?
En 1628 comienza efectivamente la puja entre el Parlamento y el rey. Es así que a tan sólo tres años de ocupar el trono, Carlos debe prometer la Petición de Derechos que los parlamentarios le ponen delante.
Mientras tanto, en Escocia, los presbiterianos lo desafían levantándose contra los obispos anglicanos que Carlos I les envía. Es así que en 1637 llegan a saquear la catedral de Edimburgo y forman el “Covenant” —una alianza para resistir el supuesto “cripto papismo” de los ministros anglicanos enviados desde Londres—. Los fanáticos presbiterianos alcanzan a invadir el norte de Inglaterra para forzar la firma de ese Covenant por parte del rey.
Dos años después, se reúne en Westminster (Londres) el Parlamento “largo” ya en abierto desafío al rey, y se permite el lujo de juzgar a Lord Strafford, mano derecha del monarca.
Mientras se suceden los problemas en Inglaterra y Escocia, los católicos de Irlanda pretenden ingenuamente aprovechar la ocasión y se producen levantamientos [5]. El “temor” al Papismo, unifica el Parlamento que amonesta solemnemente al rey por una supuesta falta de reacción, al tiempo que interviene en la organización del Ejército. Enviada una expedición a la Isla Esmeralda, nuevamente los católicos son rápida y cruelmente reprimidos.
En un intento desesperado por conservar su poder, Carlos I detiene a los jefes parlamentarios de la oposición; pero el descontento popular alentado por el Partido Parlamentario lo obliga a abandonar Londres a los seis días. Se da inicio así a la llamada “Guerra Civil Inglesa”.
Para poner a los escoceses de su lado, los parlamentarios ingleses se apresuran a firmar el “Covenant” con los presbiterianos. El Parlamento cuenta con los dineros y la simpatía de la burguesía y los nuevos nobles, mientras que, con algunas excepciones notables, la vieja aristocracia —en general, rural y empobrecida— toma el partido del rey.
En 1644 tiene lugar la batalla de la colina de Marston. Los “costillas de hierro” de Oliverio Cromwell, un regimiento fanático de la secta independentista, hacen la diferencia que obtiene la victoria para los parlamentarios. Así, el Parlamento decide imitar el modelo de Cromwell para todo el ejército. Un año después, el “Ejército Modelo”, ahora bajo la jefatura de Cromwell, entonando Salmos y con una ferocidad descomunal, destroza a Carlos I en Naseby.
El rey escapa a Escocia donde es “hospedado” por los presbiterianos. Éstos lo venden seis meses después al Parlamento inglés (enero de 1647). Durante un tiempo, los parlamentarios no saben bien qué hacer con su rey preso, en nombre de quien curiosamente gobiernan.
La caja de Pandora revolucionaria estaba abierta y el 6 de diciembre de 1648 estalla la llamada “Primera Revolución Inglesa”, que —como digo más arriba— fue sólo una etapa de un proceso revolucionario iniciado casi un siglo antes. El Ejército Modelo de Cromwell da un golpe de estado y detiene a 140 miembros del Parlamento sospechosos de entendimiento con el rey. El 9 de febrero del año siguiente Carlos I, quien se consideraba “rey por derecho divino”, pierde su cabeza.
Siguen cuatro años de gobierno parlamentario. Rápidamente el Parlamento “paga sus deudas” y para ello vota el Acta de Navegación estableciendo el monopolio marítimo; monopolio que defiende duramente (y con éxito) en guerra con los Países Bajos. También se encarga de los católicos irlandeses que son masacrados en Drogheda (1649), “para mayor gloria de Dios” según escribió Cromwell en carta al Parlamento [6].
Las intrigas y la amenaza de una restauración encabezada por Carlos II en el exilio desde 1651 (primero en Escocia y luego en Holanda), llevan al Parlamento a otorgar el poder supremo a Oliverio Cromwell —verdadero precursor de los dictadores (Robespierre, Napoleón, Stalin, Hitler) que cíclicamente la Revolución necesitará para encauzar sus avances y evitar la anarquía que su propia fuerza centrífuga impulsa—.
La dictadura republicana de Cromwell duró sólo cinco años pero dejó marcas imborrables en la cultura británica. Su estatua ecuestre aún se venera en las afueras del edificio del Parlamento en Londres: curiosamente el feroz dictador que fue Cromwell es el prócer de las libertades democráticas británicas.
La llamada “restauración” de 1660 no será tal realmente. La vieja aristocracia casi ha desaparecido o se ha amoldado a las nuevas circunstancias. Carlos II tiene deudas y “perdona” la vida (y la hacienda) de los asesinos de su padre. La mentalidad racionalista, que dominaba la Academia Real fundada ese año, se extendía a medida que “el interés popular por artefactos, máquinas e inventos de todas clases pronto [se convertía] en una obsesión nacional” [7].
El rey Carlos pretende reestablecer algunas de las costumbres de la vieja Inglaterra, pero vacila entre el absolutismo de su padre y las libertades parlamentarias que había jurado respetar. Su reinado es largo, pero es poco lo que puede hacer sin apoyos.
Carlos II no tiene hijos varones y la corona recaerá a su muerte en su hermano Jaime, el duque de York, que era católico desde 1671. Como previendo lo que pudiese suceder, y con la farsa de un supuesto complot jesuita para incendiar el Parlamento, en 1678 se ordena la detención de unos dos mil supuestos cripto-católicos, muchos de los cuales son ejecutados.
Al año siguiente, el rey disuelve el Parlamento en un último intento por restaurar el absolutismo. Pero el predominio liberal es ya un hecho. Cuando en 1685 adviene al trono británico el católico Jaime II, de nada le valdrán sus promesas de libertad de cultos [8].
Los protestantes no desesperan, saben bien que las hermanas del rey y sus herederas son protestantes. Pero cuando el 21 de junio de 1688 nace el hijo varón de Jaime II, los hechos se precipitan. Estalla la llamada “Segunda Revolución Inglesa”.
El 5 de noviembre desembarca en Torbay con catorce mil mercenarios Guillermo de Orange, invitado por el Parlamento y con el apoyo de los financistas de Amsterdam [9]. Tras el cambio de bandos del general John Churchill, entran los orangistas en Londres prácticamente sin oposición y a tan sólo veintidós días del desembarco.
En Edimburgo la turba “antipapista” toma la antigua Abadía de Holyrood, la saquea, quema los ornamentos católicos y profana las tumbas de los antiguos reyes de Escocia.
Jaime II parte al exilio. Recibido por Luis XIV de Francia que le promete ayuda, su reinado se limitará por el resto de su vida al Palacio de Saint Germain que le cede el “Rey Sol” —más preocupado por su política continental que por las legitimidades—.
En febrero del año siguiente, Guillermo III y María II son coronados conjuntamente tras jurar la llamada “Declaración de Derechos”. Trece años más tarde, toca el turno a Ana II, hermana menor de María y de Jaime, el “Viejo Pretendiente”.
Mientras tanto, en Irlanda las fuerzas jacobitas resisten ocupando casi toda la isla, excepto la protestante Londonderry. Entre abril y julio de 1689 fuerzas navales inglesas arriban para “liberar” a los protestantes irlandeses. Al año siguiente, Guillermo III desembarca en persona derrotando decisivamente a los católicos en Boyne [10] y Aughrim. En 1691 las últimas fuerzas jacobitas irlandesas al mando de Patrick Sarsfield [11] se rinden en Limerick.
Mientras tanto, el Parlamento hace y deshace a discreción. En 1701, salteándose al menos una decena de candidatos con mejor derecho pero católicos, se sanciona el Acta de Establecimiento que fija al elector de Hánover, Jorge, heredero. Seis años después, tiene lugar el “Acta de Unión” de las coronas inglesa y escocesa —lo que significará la postración socioeconómica de la Escocia interior de las Tierras Altas y las Islas, siempre sospechosa de simpatías jacobitas—.
Como dice Chesterton, “…cuando llegamos a Ana y al primer Jorge sin rasgos característicos, ya el rey no es el que cuenta. Príncipes mercaderes han reemplazado a todos los príncipes; Inglaterra se ha entregado al comercio y al desarrollo capitalista; y vemos establecer, sucesivamente, la Deuda Nacional, el Banco de Inglaterra, el Medio Penique de Word, la Burbuja de los Mares del Sur y todas las instituciones típicas del gobierno comercial. Aquí no discutiré si en conjunto es buena o mala la secuela moderna con sus monopolios metropolitanos, su control financiero complejo y prácticamente secreto, su marcha de maquinarias y su destrucción de la propiedad privada y de la libertad personal. Sólo expresaré que intuyo que aunque sea muy bueno, alguna otra cosa podría haber sido mejor.” [12]
A fines de 1692 tiene lugar lo que Belloc califica el “acontecimiento más notorio… desde la Reforma y la destrucción de la monarquía” [13], cuando un grupo de financistas, presenta el proyecto que dos años después dará nacimiento al Banco de Inglaterra. A cambio de un préstamo al rey de un millón y medio de libras al 8% anual, el Banco adquiría el derecho a emitir papel moneda. Al mismo tiempo, para el pago de esa deuda, se creaba un nuevo impuesto al tonelaje marítimo. En 20 años la deuda pública británica alcanzaría los 50 millones de libras. Se creaba de esta forma el sistema financiero moderno.
En 1714, tras fallecer Ana, asume entonces Jorge I, el elector de Hánover. Tanto él, como su hijo Jorge II (1727), estarán más preocupados por la situación de sus dominios alemanes que por los de la Gran Bretaña. Aquí es el Parlamento el que gobierna, no el rey, quien se convierte en mera figura decorativa.
La pacificación revolucionaria no fue fácil, especialmente en las Islas Exteriores y las Tierras Altas de Escocia donde existía mayoría católica y profundas lealtades jacobitas. En mayo de 1690 una flotilla norirlandesa bombardea al Clanranald en la pequeña isla de Eigg, asesinando a todos los sobrevivientes. En febrero de 1692 un destacamento gubernamental toma el Glencoe en las Tierras Altas escocesas, masacrando completamente a dos pequeños clanes locales, los MacIain y los MacDonald, atacados por sorpresa. Entre los muertos de Glencoe se contaron 500 “no combatientes” (ancianos, mujeres y niños).
Así fue que en 1715 cuando Lord Mar, ex ministro de Ana, decidió levantar la bandera de los Estuardo en el exilio, desembarcó en Escocia. Pero, poco enterado de la verdadera situación, erróneamente buscó apoyo en las Tierras Bajas que, siendo de mayoría presbiteriana, se lo privaron. Jaime III (VIII de Escocia) llegó a desembarcar, sólo para tener que huir a las apuradas poco más de un mes después. Los jacobitas del norte de Inglaterra también se rebelaron sin éxito. Mal parado, el jacobitismo inglés, que tan necesario será sólo treinta años después, terminó exterminado por el gobierno londinense en los meses siguientes.
Y llegamos así al ’45. El 23 de julio de ese mítico año, desembarcaba en Eriskay (Islas Exteriores) el príncipe Carlos Eduardo, hijo de Jaime, dando origen a la última y quizás la más célebre de las rebeliones jacobitas. El “Buen Príncipe Carlitos”, como fue llamado por el pueblo escocés [14], congregó a su alrededor a los principales clanes de las Tierras Altas [15] y con ellos marchó hacia Edimburgo [16]. Tomada la capital escocesa, cruzó al poco tiempo la frontera, y llegó hasta Derby a sólo 127 millas de Londres el 4 de diciembre.
Pero sin noticias confiables sobre las defensas de la capital ni del apoyo prometido por los franceses que en realidad nunca pensaron tuviese éxito, los jefes jacobitas y el Príncipe deciden regresar a Escocia a toda velocidad. En el día de 16 de abril del año de Nuestro Señor 1746, en las Tierras Altas Grampianas, en la colina de Culloden, los últimos jacobitas se plantaron frente al ejército del duque de Cumberland, hijo menor del rey hanoveriano, para intentar una última “carga”. Superados en número y armamento, más de mil “highlanders” dejarían su vida en el campo. Más del doble serían literalmente cazados por los soldados “leales” y mercenarios contratados al efecto en los años venideros. El príncipe Carlos emprende un mítico escape por la tierra escocesa, las Tierras Altas y las Islas Exteriores. Nunca más un Estuardo volverá a Gran Bretaña [17].
Tras Culloden, la Revolución queda asegurada en Gran Bretaña. Las peripecias de los últimos jacobitas pasarán a la leyenda de la mano de tonadas tradicionales de gaita [18].
Culminado el proceso revolucionario, consolidada la paz en las Islas, extirpado el Jacobitismo [19] y minimizado el Papismo, el poderío económico y militar británico tiene así las manos libres para comenzar a intervenir directamente en el escenario europeo. Los historiadores fijan el ’45 como el inicio del Imperio Británico. Derrotada la sociedad tradicional de las Islas Británicas, los agentes del nuevo imperio comenzaron su tarea apostólica para “civilizar” al mundo.
Gran Bretaña, entonces, mira la Francia de Luis XV e interviene en apoyo de María Teresa en la Guerra de Sucesión Austríaca (1744). Tiempo después, temiendo ahora el poderío de la Emperatriz, hace causa común con Prusia (1756) contra ella, sin descuidar a los franceses a quienes —mientras tanto— arrebata la India y el Canadá (1763).
La independencia de los Estados Unidos de América del Norte (1773-83) será un traspié momentáneo, de lo cual el levantamiento del bloqueo de Gibraltar (1779) es muestra evidente. Tan sólo diez años después, estalla la Revolución Francesa que desparramará las “ideas inglesas” [20] —ahora “ideas francesas”— primero con las bayonetas de Napoleón y, luego, mediante el Congreso de Viena, que consolidará el poderío británico ganado en los campos de Waterloo.
Mientras tanto en Londres, el liberalismo[21], con figuras descollantes como el primer ministro William Pitt (1757) y su hijo del mismo nombre veinte años después (1782), será el artífice de la política británica y —a lo largo del siglo XIX— de la historia del mundo. Como ha visto Canals Vidal[22], el caso de los Pitt, padre liberal e hijo conservador, fue bastante paradigmático; lo que sucedió en esa segunda mitad del siglo XVIII fue el corrimiento “hacia la izquierda” de la política británica.
Por su parte, los enriquecidos de la “Segunda Revolución” y la ética calvinista impulsarán la llamada “Primera Revolución Industrial” (1764) que coadyuvará, a la larga, a convertir a Gran Bretaña en un imperio mundial.
Al mismo tiempo, en los Estados Unidos, el fanatismo puritano de los colonos que, en conjunto con las ideas de la Ilustración, fundó esa nación, se transformará con el tiempo en un fanatismo de religión civil (que algunos autores denominan Americanismo) que se extenderá por todo el mundo a lo largo del siglo XX. Como han advertido muchos, el Imperio Estadounidense no es más que la prolongación temporal del Imperio Británico[23].
Con su sagacidad para la teología de la historia, el autor antes citado recuerda cómo ya Cromwell hablaba del “quinto reino” en referencia a Gran Bretaña. Según la interpretación tradicional —seguida tanto por protestantes como por católicos— de la profecía de Daniel (2,7), las cuatro piezas de la estatua de oro y pies de barro y las cuatro bestias que vienen del mar fueron los imperios babilónico, persa, helénico y romano. Que vienen a coincidir con los siete reinos del Apocalipsis, de los cuales “cinco cayeron, uno es, y el otro no ha llegado aún. Y cuando llegue habrá de durar poco tiempo” (17, 9-10). “Éste que tiene que venir después, y que durará poco tiempo, —dice el autor que seguimos— tal vez sea el Imperio británico (o mejor, británico-americano). Tal vez, porque creo probable que se trate de los dominios mundiales con los que ha tenido que ver la historia del pueblo de Israel.” Recordemos que el Hogar Nacional Judío (precursor del Estado de Israel) se estableció contemporáneamente al fin del Imperio británico o, mejor, su pase de posta al “imperio” estadounidense, sin el cual, Israel no subsistiría políticamente.
“Los poderes mundiales están embriagados de la sangre de los mártires y sobre ellos ha descansado la gran ciudad. El poder político orgulloso, no cristiano, ha sido siempre anticristiano. Y ahora lo es también. Descristianiza y hace idolatrar como algo absoluto y definitivo lo humano, mediante un humanismo idolátrico y antiteístico ante el cual sucumbe —como un Molok ante el cual se hacían sacrificios humanos— la existencia reconocida de la persona individual y su libertad de albedrío.” [24]
En eso estamos. Qui potest capere, capiat.


[1] Ciertamente Belloc era francés de nacimiento, de padre también francés y madre irlandesa, pero vivió toda su vida en Inglaterra, allí estudió y ejerció su actividad académica, intelectual y periodística, y allí se destacó no sólo por sus obras históricas y políticas, sino también por su poesía en inglés. Llegó a dominar como pocos la lengua de Shakespeare, dándose incluso el lujo de publicar sobre gramática con autoridad reconocida. Prueba de esto es el artículo de Belloc que, el pasado 16 de enero de 2006, el diario The New Statesman reproducía (publicado originalmente en ese mismo medio el 28 de junio de 1930): “On Spelling”, donde critica la rigidez de ciertas convenciones ortográficas y gramaticales adoptadas principalmente por la prensa y que quitan libertad y naturalidad al lenguaje.
[2] Hilaire Belloc dedica un capítulo, el IX, de su “Europa y la Fe” (Europe and the Faith, Londres: 1920) a desarrollar esta tesis –una de las principales de toda su obra historiográfica. En el cap. IV de “Así ocurrió la Reforma” (How the Reformation happened, Londres: 1928) explica el “Accidente inglés” y la motivación económica en la Reforma inglesa; en los capítulos VI a IX, destaca el papel fundamental de Inglaterra en la consolidación del Protestantismo.
[3] Este accionar es excelentemente explicado en uno de los últimos del R.P. Alfredo Sáenz, La Revolución Francesa I: La revolución cultural (Buenos Aires: Gladius, 2007).
[4] En 1607 Isabel I expropia los condados irlandeses de Donegal, Tyrone, Derry, Armagh, Cavan y Fermanagh. A partir de 1610 estos condados del antiguo reino del Ulster (norte de Irlanda) son objeto del primer proyecto de colonización a gran escala de la historia moderna, la llamada Plantación del Ulster: la corona otorga en concesión territorios a compañías privadas fundadas casi todas ellas en la Ciudad de Londres, la “City” financiera. Si bien las compañías buscaban colonos anglicanos y episcopalistas, tuvieron mayor éxito con los presbiterianos escoceses. Así, aún hoy, la población protestante norirlandesa es mayoritariamente de origen escocés y muy fanatizada con su peculiar calvinismo. Cf. Robert Kee, Ireland: A history(Londres: Abacus, 1994, 2ª edición), pp. 39-40.
[5] En noviembre de 1641 en un puente de Portadown unos cien protestantes, incluyendo mujeres y niños, son masacrados por los católicos. El hecho tomó características de leyenda y aún hoy es recordado durante las marchas orangistas en Belfast como sinónimo de la “monstruosidad del papismo”.
[6] Y agrega: “Pienso que pasamos por la espada unos 2000 hombres”. En el condado irlandés de Wexford se masacró un número similar, incluyendo 200 niños y mujeres. Confróntese este número con los cien muertos en Portadown a manos de los católicos. Antes de la expedición irlandesa de Cromwell de 1649, la mayoría católica de Irlanda tenía 59% de la tierra; después, tendrá sólo el 22%. El proceso se acelerará a partir de allí: En 1695 la tenencia católica de la tierra estaba en 14% y en 1714 en tan sólo 7%. Cfr. Kee, op. cit., p. 44-48.
[7] Robert L. Heilbroner, La formación de la sociedad económica (México: FCE, 1964), citado por Aníbal D’Ángelo Rodríguez, Aproximación a la posmodernidad (Buenos Aires: Educa, 1998), p. 75.
[8] La principal oposición a la libertad de cultos provino de los protestantes. El Parlamento de Escocia, por ejemplo, dominado por los presbiterianos de las Tierras Bajas (las Tierras Altas, de mayoría católica o episcopal —anglicana— no tenían casi representación parlamentaria), rechazó en 1686 la tolerancia a pesar de la muy tentadora oferta de libertad de comercio para los puertos escoceses. Cfr. Michael Lynch, Scotland: A new history (Londres: Pimlico, 1994), cap. 17, p. 297.
[9] El primer barón de Avernas de Gras, Isaac Antonio López Suasso, prestó dos millones de coronas sin intereses a Guillermo de Orange para la expedición a Inglaterra y, tras la revolución, se convirtió en el principal accionista de la Compañía de las Indias Occidentales. Otro judío de Ámsterdam, Salomón de Medina, fue quien “compró” la voluntad de John Churchill, general de Jaime II que se pasó a las fuerzas orangistas. Guillermo III nombró a Churchill primer duque de Marlborough, y a Medina, caballero. “Sir Solomon” fue luego uno de los principales contratistas del Ejército británico (se decía que cada victoria contribuía tanto a su fortuna personal como a la gloria del Imperio), mientras que Marlborough se haría célebre en las guerras europeas de los años venideros (es el Mambrú de la canción). Por su parte, otro financista de la Casa de Orange, Isaac Pereira, fue nombrado comisario general del Ejército de Irlanda. Cfr. Michel de Penfentenyo,Capitalismo, catolicismo y expansión económica (Buenos Aires: Forum, 1975), pp. 53 y ss. Datos contrastados con información disponible en la Jewish Virtual Library, The Jewish Encyclopedia y Jewish Heraldry, también el clásico de Albert Montefiore Hyamson, A History of the Jews in England(1908). Dice Hyamson, “indudablemente la revolución dio un ímpetu considerable a la inmigración judía, al principio desde Holanda y más tarde desde otras regiones al este de aquel país…”
[10] Todos los 12 de julio las logias orangistas desfilan por Belfast y otras ciudades norirlandesas en conmemoración de esta batalla que “salvó” al protestantismo del peligro papista.
[11] Patrick Sarsfield, con algunos de sus hombres, consiguieron que se les permitiera exiliarse en Francia. Allí conformarán la célebre Legión Irlandesa, los “Gansos Salvajes”.
[12] “Si Don Juan de Austria se hubiese casado con la Reina María de Escocia”, El hombre común (Buenos Aires: Heróica, 1958; trad. Ada Franco), original de Sheed & Ward (1950), capítulo reproducido en Eduardo B. M. Allegri, Aproximación a Chesterton (Buenos Aires: Educa, 1996), p. 171.
[13] “…[W]hat is much the most important landmark in all these years and, after the Reformation and the destruction of the monarchy, the most important event in modern English history”, A Shorter History of England(Nueva York: MacMillan, 1934), p. 455. Hay varias ediciones en castellano.
[14] Bonnie Prince Charlie en Scots (el inglés hablado en Escocia). Bonnie no tiene traducción exacta al castellano, es un adjetivo dado a alguien joven, saludable, bueno y atractivo.
[15] En el Glenfinnan el 19 de agosto se le unieron 500 hombres de los MacDonald del Glengarry, Morar y Keppoch y 700 de los Cameron del Lochiel. Al entrar al Gran Glen se sumaron 800 de los MacDonell del Glengarry y los Stewart de Appin. El 4 de septiembre al llegar a Perth el apoyo al Príncipe era ya general. (Lynch, op. cit., p. 335.)
[16] Entre los miembros de los Defensores Voluntarios de Edimburgo que hicieron frente al Príncipe Estuardo figuró David Hume —todo un símbolo de los dos mundos que se enfrentaron en el mítico ’45—. Su querido amigo, Adam Smith, se encontraba en ese momento en Francia informándose de las “nuevas ideas” de la Ilustración.
[17] Al menos desde 1648 se establece un vínculo entre los Estuardos y la francmasonería escocesa. Se tiene constancia de que los futuros Carlos II y Jaime III revistaron en sus logias. Sin embargo, la masonería británica siempre destacó el papel desempeñado por ella en la revolución de 1688 en pro de la causa orangista. Es más, Guillermo III había presidido logias en los Países Bajos, y sus sucesores hanoverianos tendrán orgullo en proteger a la masonería. Tras el exilio de Jaime III, numerosos masones supuestamente jacobitas marcharon al Continente, donde fundaron logias en Francia, Italia, Alemania y España. Entre 1688 y 1745 se produjeron varios intentos de restauración jacobita que fueron prontamente detectados y extirpados por las autoridades. ¿Habrán cooperado los masones continentales con sus “hermanos” en Albión?
[18] Entre las joyas de la tradición jacobita que aún se tocan con fervor, encontramos Bonny Prince Charlie (Buen Príncipe Carlitos), The White Cockade (la cucarda blanca, insignia jacobita) y —la más conocida de todas—Over the Sea to Skye (también conocida como Skye Boat Song) que recuerda el escape en bote del Príncipe hacia la Isla de Skye.
[19] El nacionalismo irlandés que aparecerá en ese tiempo (mediados del siglo XVIII) será originalmente un fenómeno protestante y liberal que reclamará, al igual que los americanos veinte años después, mayor poder de decisión (y oposición) en cuestiones tributarias. Recién un siglo después, a propósito de la hambruna de la papa, el nacionalismo prenderá en los católicos, sin pretender una continuidad con el jacobitismo. Más allá de alguna excepción, el nacionalismo irlandés será hasta hoy un fenómeno liberal.
[20] Bien ha notado Julián Marías la relación de ida y vuelta entre las “ideas inglesas” y las “ideas francesas” —se refiere a novedades filosóficas— a lo largo de la Edad Moderna, influyéndose mutuamente a pesar de la natural desconfianza. Cf. Historia de la Filosofía, prólogo de Xavier Zubiri y epílogo de José Ortega y Gasset (Madrid: Revista de Occidente, numerosas ediciones desde 1941 hasta 2008). No es Marías el único ni el primero que lo ha notado, pero lo traigo a colación por su posicionamiento liberal.
[21] Hasta los “Tories” (conservadores) serán liberales a partir de la Segunda Revolución. Una actitud demasiado “conservadora” podía culminar en una acusación de jacobita y, por lo tanto, de traición. Un caso paradigmático fue la entrevista en marzo de 1715 de Lord Bolingbroke, ex ministro de la reina Ana y líder “Tory”, con Jaime III en Francia para intentar convencerlo de abjurar del Catolicismo a cambio del apoyo de su partido para recuperar el trono.
[22] Este ejemplo característico es utilizado por Francisco Canals Vidal en numerosos trabajos. Puede verse en Política Española (publicado en 1977 pero que recoge escritos de la década de 1940) hasta Mundo histórico y Reino de Dios (2005).
[23] Esto lo veían claramente muchos de quienes llevaban adelante el Imperio Británico a fines del siglo XIX: Cecil Rhodes, Lord Alfred Milner, Lord Albert Grey, Lord Walter Rothschild, Reginal Brett (Lord Esher), Sir Henry Johnston, William T. Stead, Lord Arthur Balfour, Arnold Toynbee y otros. Entre ellos conformaron la Mesa Redonda (Round Table), una especie de sociedad secreta de notables que pretendía la constitución de un gran imperio mundial gobernado por blancos anglosajones protestantes (white Anglo-Saxon protestants WASPs—). Para 1915 esta sociedad secreta contaba ya con delegaciones en seis países, además de la sede británica: los Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica, la India, Australia y Nueva Zelanda. El grupo publicaba The Round Table Journal: A Quarterly Review of the Politics of the British Empire.
[24] Francisco Canals Vidal, Mundo histórico y Reino de Dios (Barcelona: Scire, 2005). Aunque los estadounidenses tienen cierto prejuicio al uso del término “imperio” para designarse; lo cierto es que quien haya visitado la ciudad de Washington (D.C.) no puede negar sus características que recuerdan la Roma imperial con sus arcos triunfales, panteones, columnatas, águilas de piedra, su capitolio, sus templos. Los “padres fundadores”, entre ellos especialmente Jefferson, consideraban que los Estados Unidos estaban destinados a portar la antorcha para el mundo del conocimiento y la sabiduría de la antigüedad clásica.


Mural en honor de Oliver Cromwell en Belfast, Irlanda del Norte.
En la esquina inferior izquierda puede leerse:
"El catolicismo es más que una religión,
es una potencia política.
Por lo tanto, tiendo a creer que no habrá paz en Irlanda
hasta que la Iglesia Católica sea destruida."

Tomado de: Desde la Boca del Grifo.