“a common aloofness, differently manifested — a common melancholic sense of humour; each in his own way saw life sub specie aeternitatis.” (Evelyn Waugh)
Pues la mirada cristiana de la historia es una mirada de la historia sub specie aeternitatis, una interpretación del tiempo en términos de la Eternidad y de los eventos humanos a la luz de la Revelación divina. Y así la historia cristiana es inevitablemente apocalíptica, y el Apocalipsis es el sustituto cristiano de las filosofías seculares de la historia. (Christopher Dawson)

martes, 7 de agosto de 2012

Sobre abadías, nobles, cabañas e inmigrantes



La escritora estadounidense Elena María Vidal (seudónimo de Mary-Eileen Russell, neé Laughland) es, además de historiadora de profesión, una exitosa autora de novelas históricas ambientadas en el reinado de Luis XVI, la Revolución Francesa, etc. Mantiene, además, un muy interesante blog llamado “Tea at Trianon”. Traducimos y reproducimos a continuación un interesante comentario a la exitosa serie británica “Downton Abbey”, creación del Barón Fellowes de West Stafford en el condado de Dorset.


¿Ya basta de “Downton Abbey”?

—Ha llegado la hora —dijo la morsa—
De que hablemos de muchas cosas:
De barcos... lacres... y zapatos;
De reyes... y repollos...
(A través del espejo y lo que Alicia encontró allí)

Como muchos de ustedes saben, estoy escribiendo una novela sobre mis antepasados irlandeses que se establecieron en el salvaje Ontario en la década de 1820. Un amigo me envió un artículo con el título “Ya basta de ‘Downton Abbey’: Necesitamos una nueva ‘Familia Ingalls’”. Me sonreía mientras leía las siguientes palabras: “Ya basta de palacios y reyes; quiero ver una cabaña y una carreta.” Me encuentro trabajando para recrear la vida de la cabaña de mi tatarabuelo que levantó con sus propias manos. Cuanto más investigo a Daniel O’Connor, más me maravillo con lo que logró y cómo luchó por educar a una gran familia mientras mantenía la práctica de la fe católica a pesar del prejuicio local. Conocido por su agudeza, su humor y su cortesía, se convirtió en el primer magistrado católico irlandés del condado de Leeds en Ontario. Era un hombre de honor y un verdadero caballero; me enorgullezco de ser su descendiente.

En cuanto a “Downton Abbey” versus “La familia Ingalls”, ¿por qué no podemos tener palacios y cabañas? ¿No hay, acaso, buenas historias que necesitan ser contadas? ¿O nos estamos acercando a la postura marxista para la cual todo lo que tenga que ver con la aristocracia no es más que estar caminando en el barro? Me sorprende que luego de todo este tiempo viendo a los regímenes marxistas caer uno tras otro durante los últimos cien años aún veamos el mundo en términos de lucha de clases, tal como si fuésemos bolcheviques. Como buenos marxistas, nos enfocamos en el mundo material más que en el espiritual; en el mundo material, las posesiones reinan por sobre todo. Suponemos que aquéllos que más tienen son más felices que aquéllos que menos tienen, lo que nos conduce a envidiar a los más favorecidos, y así el marxismo se ve alimentado con la envidia y la ambición. Habiendo estudiado a reyes y personajes aristocráticos históricos durante buena parte de mi vida, puedo afirmar que la felicidad no tiene absolutamente nada que ver con la riqueza o el poder.

Lo que nos recuerda a María Antonieta. El autor del artículo citado la menciona en las siguientes líneas:

“Las obras históricas que tienen lugar en escenarios aristocráticos sólo fomentan la paradoja. Mayor indignación moral y mayor disfrute de lo fantástico: un más alto grado de desigualdad social, con sorprendentes niveles de glamour en la cima. Seis años atrás, el crítico de la cultura Camille Paglia escribió un ensayo sobre la repentina popularidad de María Antonieta, la reina decapitada de Francia, entre los escritores y cineastas. En el transcurso de un año, la antigua reina se convirtió en el objeto de dos novelas históricas, un estudio académico, dos documentales y un filme dirigido por Sofia Coppola.”

Tal vez es porque sé lo que sé sobre ella que no encuentro nada glamoroso acerca de la vida de María Antonieta. No hay nada de glamoroso en casarse con un completo extraño y en tener que dar a luz en público. Su vida fue una larga tragedia que ella intentó iluminar con los recursos que tenía más a mano, para ella misma y para los demás. Sufrió una muerte ignominiosa sabiendo que a sus pequeños hijos les esperaba el tormento de una húmeda prisión. Estudiar y escribir acerca de ella no tiene nada de “escapismo”, sino una somera meditación sobre las cuatro postrimerías.

Sin embargo, un aspecto agradable de la vida de esta reina, uno que es completamente ignorado o ridiculizado, es el enorme interés que ella tuvo por las vidas de los pobres y  de los campesinos. Lo cual tuvo numerosas manifestaciones prácticas, tales como la construcción de casas para los desposeídos y la fundación de hospicios para huérfanos. Esto no lo vio como algo extraordinario; era para ella simplemente su obligación.

Lo que nos devuelve a los Crawley de Downton Abbey. Aunque los lujosos vestidos, las escenas románticas y la mansión son algo lindo de ver —el entretenimiento debe, se supone, entretener—, lo que subyace en el nudo del drama es esa seria responsabilidad que llamamos nobleza obliga, la obligación de aquéllos que tienen que ocuparse de aquéllos que no tienen. Lo que coloca a “Downton Abbey” en un lugar distinto al de otros programas de televisión referidos a gente privilegiada es que en “Downton Abbey” existe un código de honor. Lord Grantham se rehúsa a seducir a una mucama porque sabe que eso sería una ventaja injusta debido a su rango, dejando de lado que sabe que eso es cometer adulterio. En “Downton” queda claro que el honor no pertenece a ninguna clase social en particular, hasta Bates, el valet cojo, es un príncipe, lo mismo que Carson, el mayordomo. Thomas, el lacayo, por el contrario, es un delincuente y el nuevo rico Sir Richard nos demuestra que el viejo refrán sobre monas vestidas de seda aún es cierto.

¿Es antiestadounidense disfrutar “Downton Abbey”, como alguien dijo? Por lo mismo, ¿es antiestadounidense leer o escribir sobre monarcas europeos que aún tienen un papel protagónico en obras de ficción histórica? Los estadounidenses, como cualquier otra persona, disfrutan las buenas historias. Nuestros antepasados, venidos de distintos continentes y culturas, se contaban historias, muchas de las cuales hoy pondríamos en la categoría de cuentos de hadas, y las historias más viejas, de mitos. Muchas, sino la mayoría, de esas historias se referían a reyes, reinas, princesas y príncipes. Aquéllas que se refieren a campesinos, terminan con el campesino enriqueciéndose o llenándose de comida, y, en general, también incluye el matrimonio con un miembro de la nobleza. Esto no es sólo la materia prima de los sueños, sino de las historias que hoy se vuelven a contar en libros, películas y series de televisión, y que nos pueden ayudar a tratar con el presente, no escapándonos de él, sino viéndolo a la luz de una gran tragedia, de un gran romance o de ambos. Para citar a la guionista Barbara Nicolosi:

“Aristóteles escribió en su Poética que las historias son importantes porque sirven a dos instintos primarios en nosotros: el instinto de imitación y el instinto de armonía. Aprendemos por imitación, y en los cuentos, tenemos la oportunidad de aprender muchas más lecciones vitales que las que nos puede enseñar nuestra propia experiencia de vida. En los cuentos, aprendemos indirectamente a través de personajes amados, es decir con mucho más disfrute que con los golpes de la escuela de la vida. El instinto de armonía nos lleva a buscar en los cuentos todas las cosas que la vida real no nos puede ofrecer —la destreza en un oficio, el tomar altos riesgos, el acceso íntimo a las vidas de otros, la inteligibilidad de sus elecciones y motivos, la unidad argumental donde las partes aburridas o irrelevantes quedan fuera, y la satisfacción de un final—. De un modo muy real, necesitamos historias que nos enseñen a vivir. Disfrutamos las lecciones porque las historias nos deleitan con su arte.

”En segundo lugar, Aristóteles dice que la sociedad necesita historias que lleven a su gente a experiencias catárticas de misericordia y de temor al mal. Deberíamos poder salir de una obra de teatro o una película preguntándonos: ‘¿cómo pudo pasar esto? ¿de dónde salió todo este problema?’, mientras que, al mismo tiempo, sentimos ‘gracias a Dios que no me sucedió a mí’.”

Debo decir que es mucho más difícil escribir sobre inmigrantes irlandeses en el  bosque canadiense que sobre María Antonieta. La historia de María Antonieta es la tragedia perfecta. Pero aún así, los campesinos irlandeses que vinieron al Nuevo Mundo tienen un buen potencial para el drama. Cuando uno no tiene nada, entonces no hay otro lugar al que acudir… más que arriba.

La dama Maggie Smith en el rol de la Condesa Viuda de Grantham,
tal vez el personaje más popular de la serie.


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